PROGRAMAS DE GOBIERNO
Por Fernando Núñez de la Garza Evia
En las elecciones más grandes en la historia del país, la sociedad mexicana estará más dividida ante la polarización que estimula el presidente y la alta desigualdad social. A estas alturas podemos ver ya algunas de esas divisiones que, aunque no absolutas, tienen tendencias claras: jóvenes y adultos mayores, hombres y mujeres, zonas urbanas y zonas rurales. Sin embargo, hay una que resulta especialmente tajante: beneficiarios y no beneficiarios de programas sociales.
Los programas sociales están rindiendo frutos electorales. El 52% del electorado mexicano dice recibir apoyos sociales o tener un familiar que los recibe; el restante 48% no recibe ayuda ni tiene un familiar receptor.
Lo peculiar es que en el primer grupo (beneficiarios), el presidente López Obrador tiene una aprobación del 69%; en el segundo (no beneficiarios), su aprobación es de 38% (Alejandro Moreno, “Electorado dividido: programas sociales”, 2024). Sin embargo, los programas sociales no solo reflejan su uso clientelar: también muestran idiosincrasias, maneras de ver el mundo, proyectos de país diferentes.
“Ayudando a los pobres va uno a la segura, porque ya sabe que cuando se necesite defender, en este caso la transformación, se cuenta con el apoyo de ellos, no así con sectores de clase media, ni con los de arriba, ni con los medios, ni con la intelectualidad. Entonces, no es un asunto personal, es un asunto de estrategia política”, dijo el presidente.
La implicación es clara: mientras haya pobreza y beneficiarios de programas sociales, habrá votos para Morena. Ahora bien, a lo anterior hay que añadir un profundo desdén por las clases medias mexicanas (“aspiracionistas sin escrúpulos morales”, dice AMLO), un desdeño a la iniciativa privada, un desprecio al crecimiento económico, un menosprecio a la ciencia y la tecnología, y una indiferencia para aumentar las capacidades fiscales del Estado. Solo hay que unir los puntitos: la idiosincrasia del presidente, el proyecto lopezobradorista, no aspira a un país desarrollado de clases medias.
Por ello no resulta raro que las personas que no son beneficiarias de programas sociales se sientan más identificadas con la candidata Xóchitl Gálvez. Una mujer de origen pobre convertida en empresaria exitosa gracias a la educación pública, Xóchitl es la historia a la que las clases medias, precisamente, aspiran. Conscientes de la importancia de las empresas para generar riqueza, sabedoras de lo que es pagar impuestos, protagonistas del esfuerzo que implica construir un patrimonio personal, las clases medias tienden a ser las más celosas cuando se trata de defender lo que ellas mismas han construido en sus vidas. Y por eso han estado detrás de las agendas para impulsar la transparencia y la rendición de cuentas, y son las que fundamentalmente han salido a las calles en defensa de las instituciones democráticas.
“No es cierto. Es falso: de que si no se trabaja no se puede tener un buen nivel de vida. Eso es el discurso del pasado”, dijo la candidata Claudia Sheinbaum. Los programas sociales no deben ser un fin, sino un medio para sacar de la pobreza a millones de mexicanos. Deben servir para construir clases medias que medien entre ricos y pobres, cohesionen al país y fortalezcan el régimen que tanto desprecia el presidente: la democracia-liberal. Precisamente, lo que está en juego en estas elecciones de junio próximo.
Analista político con estudios en derecho, administración pública y política pública,
y ciencia política por la Universidad de Columbia en Nueva York
fnge1@hotmail.com @FernandoNGE