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13 de marzo de 2025
ESTILO DE VIDA

Plan de Paz y Guerra de José María Cos (II PARTE)

LOS DISCURSOS QUE NOS DIERON PATRIA

Manifiesto el 16 de marzo de 1812 a la nación americana, a los europeos hab itantes de este continente.

 

Por Dulce María González Gómez

A principios de 1812, Félix María Calleja obligó a la Junta Nacional a salir de Zitácuaro. Sus tres vocales decidieron tomar rumbos diferentes con la intención de abarcar una mayor extensión de territorio y seguir con la lucha. Ignacio López Rayón partió hacia Sultepec, en lo que hoy es el Estado de México.

Un personaje muy importante en la lucha de independencia fue José María Cos, considerado uno de los más destacados ideólogos insurgentes y quien, posteriormente, sería diputado por Zacatecas en el Congreso de Chilpancingo, quien acompañó a López Rayón.

Además de fundar importantes periódicos  insurgentes como el El Ilustrador Nacional y El Ilustrador Americano, Cos redactó el manifiesto cuya segunda parte se reproduce, dirigido al virrey  Francisco Xavier Venegas, El manifiesto tenía por objetivo negociar la Independencia de México de manera pacífica, o bien, delimitar las reglas de la guerra para conseguirla.

¿Qué impedimento justo tenéis para examinar nuestras proposiciones? ¿Con qué podréis cohonestar la terca obstinación de no querer oírnos? ¿Somos acaso de menos condición que el populacho de un solo lugar de España? ¿Y vosotros sois de superior jerarquía á la de los reyes?.

Fue aprobado por la junta y enviado a la capital, pero el virrey no dio respuesta al documento y ordenó su quema pública. El texto se mantiene en la línea ideológica inicial del movimiento, que aún consideraba a Fernando VII como soberano de España y América, pero que exigía el autogobierno de México en ausencia del soberano.

1812 Manifiesto. La nación americana a los europeos habitantes de este continente y Plan de paz. Dr. José Ma. Cos

José María Cos, ideólogo del Movimiento de la Independencia de México.

Real de Sultepec, marzo 16 de 1812

La nación americana á los europeos habitantes de este continente:

Habéis tenido la temeridad de arrogaros la suprema potestad, y bajo el augusto nombre del rey mandar orgullosa y despóticamente sobre un pueblo libre que no conoce otro soberano que á Fernando VII, cuya persona pretende representar cada uno de vosotros con atropellamientos que jamás ha ejecutado el mismo rey, ni los permitiría aun cuando este asunto se opusiera á la soberanía; el cual (conociendolo por vosotros por un testimonio secreto de vuestra conciencia), concierne directa y únicamente á los particulares individuos, tratáis con más severidad que si fuera relativo al mismo rey.

Habéis pretendido reasumir en vuestras privadas personas los sagrados derechos de religión, rey y patria, aturdiendo á los necios con estas voces tantas veces profanadas por vuestros labios, acostumbrados á la mentira, calumnia y perfidia: os habéis envilecido á los ojos del mundo sensato con haber querido confundir esta causa que es puramente de Estado, con la de religión; y para tan detestable fin habéis impelido á muchos ministros de Jesucristo á prostituir en todas sus partes las funciones de su ministerio sagrado.

¿Cómo podéis combinar estos inicuos procedimientos con los severos preceptos de nuestra santa religión y con la inviolable integridad de nuestras leyes? ¿Y á quién sino á la espada podremos ocurrir por la justicia, cuando vosotros siendo partes sois al mismo tiempo jueces nuestros, acusadores y testigos, en un asunto en que se disputa si sois vosotros los que debéis mandar en estos nuestros dominios á nombre del rey, ó nosotros que constituimos la verdadera nación americana? Si sois unas autoridades legítimas, ausente el soberano, ó intrusos y arbitrarios, ¿qué, queréis apropiaros sobre nosotros una jurisdicción que no tenéis y nadie puede daros?

El ilustrador Americano, periódico fundado por José María Cos.

Esta espantosa lista de tamaños agravios, impresa vivamente en nuestros corazones, sería un terrible incentivo á nuestro furor que nos precipitaría á vengarlos, nada menos que con la efusión de la última gota de sangre europea existente en el suelo, si nuestra religión, más acendrada en nuestros pechos que en los vuestros, nuestra humanidad y la natural suavidad de nuestra índole, no nos hiciesen propender á una reconciliación, antes que á la continuación de una guerra, cuyo éxito, cualquiera que sea, no puede prometernos más felicidad que la paz, atendida vuestra situación y circunstancias.

Porque si entráis imparcialmente en cuenta con vosotros mismos, hallaréis que sois más americanos que europeos: apenas nacidos en la Península, os habéis trasportado á este suelo desde vuestros tiernos años; habéis pasado en él la mayor parte de vuestra vida; os habéis imbuido en nuestros usos y costumbres; connaturalizados con la benigna serie de estos climas; contraído conexiones precisas; heredado gruesos caudales de vuestras mujeres, ó adquirídolos por vuestro trabajo é industria; obtenido sucesión y creado raíces profundas; muy raro de vosotros tiene correspondencias con los ultramarinos, sus parientes, ó sabe del paradero de sus padres; y desde que salisteis de la madre patria ¿no formasteis la resolución de no volver á ella?

¿Qué es, pues, lo que os retrae de interesaros en la felicidad de este reino, de donde os debéis representar naturales? ¿Acaso el temor de ser perjudicados? Si hemos hecho hostilidades a los europeos y favoritos, ha sido por vía de represalias, habiéndolas comenzado ellos.

El sistema de la insurrección jamás fué sanguinario. Los prisioneros se trataron al principio con comodidad, decencia y decoro; innumerables quedaron indultados, no obstante que, perjuros é infieles á su palabra de honor, se valían de esta benignidad para procurarnos todos los males posibles, y después han sido nuestros más atroces enemigos. Hasta que vosotros abristeis las puertas de la crueldad comenzó á hostilizaros el pueblo de un modo muy inferior al con que vosotros os habéis portado.

¿Qué impedimento justo tenéis para examinar nuestras proposiciones? ¿Con qué podréis cohonestar la terca obstinación de no querer oírnos? ¿Somos acaso de menos condición que el populacho de un solo lugar de España? ¿Y vosotros sois de superior jerarquía á la de los reyes?.

Carlos III descendió de su trono para oir á un plebeyo que llevaba la voz del pueblo de Madrid. A Carlos IV le costó nada menos que la abdicación de la corona el tumulto de Aranjuez; ¿Sólo á los americanos cuando quieren hablar á sus hermanos, en todo iguales á ellos, en tiempo en que no hay rey, se les ha de contestar á balazos? No hay pretexto con que podáis cohonestar este rasgo de mayor despotismo.

Si al presente que os hablamos por última vez, después de haberlo procurado infinitas, rehusáis admitir alguno de nuestros planes, nos quedará la satisfacción de haberlos propuesto en cumplimiento de los más sagrados deberes que no saben mirar con indiferencia los hombres de bien. De este modo quedaremos vindicados á la faz del orbe, y la posteridad no tendrá que echarnos en cara procedimientos irregulares. Pero en tal caso acordaos que hay un Supremo severísimo Juez, á quien tarde ó temprano habéis de dar cuenta de vuestras operaciones, y de sus resultas y reatos espantosos, de que os hacemos responsables desde ahora para cuando el arpón de crueles remordimientos clavado en medio de una conciencia despejada de preocupaciones, no deje lugar más que á vanos y estériles arrepentimientos.

Acordaos que la suerte de América no está decidida; que la de las armas no siempre os favorece, y que las represalias en todo tiempo son terribles. Hermanos, amigos y conciudadanos, abracémonos y seamos felices, en vez de hacernos mutuamente desdichados.»

Real de Sultepec, marzo 16 de 1812

Dr. José Ma. Cos

 

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