LOS JUEGOS DEL PODER
Por Gabriel Ibarra Bourjac
Canta el poeta que las obras perduran, las personas se van, otros toman su lugar, y al final, la vida parece seguir igual. Pero, ¿es esto realmente cierto? ¿Acaso el mundo permanece inmutable, o cada generación lo transforma, para bien o para mal?
Basta con comparar el mundo que heredamos de nuestros padres con el que estamos dejando a nuestros hijos. El contraste es desgarrador. Hoy, el mundo enfrenta un torbellino de crisis: guerras, desigualdades, y una alarmante carencia de líderes con un auténtico sentido humanitario.
¿Dónde están las figuras que inspiraban paz y esperanza, como la Madre Teresa de Calcuta, Nelson Mandela o el Papa Juan Pablo II?
El mundo de hoy es un desastre con los antilíderes al frente de los gobiernos, como Trump, Putin, Netanyahu cuya ambición se antepone al valor de la vida humana con esa visión arrogante del ejercicio del poder y que contrastan con aquellas figuras como la Madre Teresa de Calcuta, Nelson Mandela y Juan Pablo II que tanto anhela hoy la humanidad.
Además, el mundo tuvo líderes relevantes, que fueron líderes políticos destacados en su tiempo, como Margaret Thatcher, Ronald Reagan, quienes junto con Juan Pablo II propiciaron la caída de la cortina de hierro y el desmoronamiento de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), la terrible dictadura que oprimió a cientos de seres humanos.
Más cercano a esta época tuvimos a Ángela Merkel cuya visión y liderazgo fue clave para la consecución de la Unión Europea.
Por América Latina debemos de destacar a Pepe Mujica que desde Uruguay aportó a la política su estilo de liderazgo basado en la austeridad y la sencillez, combinada con políticas progresistas que marcaron un antes y un después en Uruguay.
Se le recuerda por su rechazo al consumismo y su énfasis en la felicidad, como un estado que no se alcanza a través de la acumulación de bienes materiales, sino a través de la calidad de vida y la justicia social
En otros tiempos tuvimos grandes líderes como Winston Churchill, Charles de Gaulle, con visión de estadistas.
En su lugar, vemos a líderes atrapados en la arrogancia y la sed de poder, como Donald Trump, Vladimir Putin o Benjamín Netanyahu, cuya ambición parece anteponerse al valor de la vida humana.
Las atrocidades en Palestina, los ataques a Irán y las guerras alimentadas por el deseo de control y dominio son un reflejo de esta deriva moral.
Sin embargo, el poeta también nos recuerda que siempre hay por quién luchar, por quién amar y por quién derramar una lágrima.
Está tan revuelto el mundo que a los enfermos de poder sin un ápice de sentido humanitario, hasta los promueven para recibir el premio nobel de la paz. El mundo al revés.
Esta chispa de humanidad puede ser la llama que encienda un cambio. Podemos construir un mundo menos violento, más solidario; un mundo donde la paz triunfe sobre la guerra, donde el amor prevalezca sobre el odio.
La tarea es inmensa, pero no imposible. Depende de nosotros, de nuestras acciones, de nuestro compromiso con un futuro digno para las próximas generaciones. Que nuestras obras no sean de destrucción, sino de esperanza; que nuestras lágrimas no sean de derrota, sino de empatía; y que nuestro amor sea el cimiento de un mundo renovado.
Porque, al final, la vida no tiene por qué seguir igual: podemos hacerla mejor.